Voy a abrir este articulo con un aviso: que no visites Madrid. Cielos, por qué no? Pues, porque, si eres como yo, lo que buscas cuando visitas una ciudad extranjera es arquitectura extraordinaria, monumentos asombrosos, tesoros de los cuales nunca has soñado o, si todo eso hace falta, al menos encanto local. Y lo que pasa es que, aunque Madrid tiene su cuota de maravillas, encontrarás más y mejores en otras capitales europeas ( incluso, no lo digas demasiado alto, en Barcelona.) Vamos a ver, Madrid sí tiene el Palacio de Cibeles, el Templo de Debod, la Plaza de Toros de Las Ventas; confesaré que son bonitos todos. Pero la escala de su concepción es, francamente, pequeña. Si has pasado un fin de semana en Berlin, Paris o Londres, te encontrarás relativamente decepcionado con Madrid. (Además, Madrid es más ruidosa, y mucho más contaminada, que estas tres ciudades.)
"Caspita!" debes estar pensando ahora. "Vaya manera de venderme la ciudad en la que llevas casi tres anos, Pete! La próxima vez que necesito recomendaciones para turismo, no vendré a tí, ya te digo!" Y tendrías razón pensarlo, si no fuera por la cláusula que ahora voy a añadir: que no visites a Madrid, pero sí vivas aquí. Porque el momento en que dejas der ser un turista en esta ciudad, te enteras del encanto de la vida madrileña.
Te pintaré una escena. Es un domingo de julio, a las 11,00. El cielo es zafiro azul, y de hecho, hace tanto que no has visto un nube, que apenas recuerdas cómo parece. La calle fuera de tu ventana está forrada con edificios de los principios del siglo veinte, pintados amarillo, naranja, morado. Cada ventana tiene un balcón, y de estos hiedra y otras plantas se cuelgan, como si fueran sosegadas, y echando una siesta. Mientras tanto, arboles brotan de ambos lados del acero, y sus hojas se forman un dosel verde sobre la carretera. Hay gorriones sinnúmero, soltando de balcones a techos a ramas, y su canto será la banda sonora de tu día. Abajo, las mesas redondas metálicas de las terrazas de los bares brillan como cuerpos celestiales, y la gente gravitán hacía ellos, para tomar su café con leche. Pronto, el murmullo amable de su charla subirá hacía tí, como un soplo caliente del aire. Sobre todo, la luz del sol cae como una bendición.
Suena delicioso, verdad? Sin embargo, yo dudo que se pueda apreciar tal escena como turista; estás demasiado absorto llenando tu fin de semana con palacios. Dado eso, yo diría que Madrid es una ciudad en la que vivir. Es solo cuando llevas un par de meses aquí, y no te queda nada más por ver, que empiezas a vivir Madrid como realmente es: un tesoro, pero no por sus monumentos, sino sus calles, que forman la vida cotidiana de la ciudad.
--
I'm going to open this article with a warning: don't visit Madrid. Heavens, why not? Well, because, if you're like me, what you look for when you visit a foreign city is extraordinary architecture, astonishing monuments, treasures the likes of which you've never dreamed or, if all that's lacking, at least local charm. And the thing is that, although Madrid's got it's fair share of monuments, you'll find more and better in other European capitals (or even, don't say it too loud, in Barcelona.) Let's see now, Madrid does have the Palace of Cibeles, the Temple of Debod, the Las Ventas bull-ring; I'll confess that these are all beautiful. But the scale of their conception is, frankly, small. If you've spent a weekend in Berlin, Paris or London, you'll find yourself relatively disappointed with Madrid. (What's more, Madrid is noisier, and far more polluted, than any of these three cities.)
"Gadzooks!" you must be thinking now. "What a way to sell the city you've been living in for almost three years, Pete! The next time I need recommendations for a holiday destination, I won't come to you, I tell you that!" And you'd be right to think that, if it weren't for the clause I'm now going to add: don't visit Madrid, but do live in Madrid. Because the moment you stop being a tourist in this city, you discover the charm of Madrid life.
I'll paint you a scene. It's a Sunday in July, at 11.00. The sky is sapphire blue, and in fact, it's been so long since you saw a cloud, you hardly remember what one looks like. The street outside your window is lined with early-twentieth century buildings, painted yellow, orange, purple. Each window has a balcony, and from these hang ivy and other plants, as though they were drowsy, and taking a siesta. Meanwhile, trees sprout from both sides of the pavement, and their leaves form a green canopy over the road. There are countless sparrows, hopping from balconies to rooftops to branches, and their song will be the soundtrack to your day. Beneath, the metallic round tables of the bars' terraces shine like heavenly bodies, and people gravitate towards them, to have their morning coffee. Soon, their kindly murmur will rise towards you, like a breath of warm air. Over everything, the light of the sun falls like a blessing.
Sounds delicious, right? However, I doubt that you can appreciate this scene as a tourist; you're too absorbed filling your weekend with palaces. Given this, I'd say that Madrid is a city in which to live. It's only when you've been here a couple of months, and there's nothing left for you to see, that you begin to live Madrid as it really is: a treasure, although not for its monuments, but rather its streets, that form the daily life of the city.